miércoles, 4 de marzo de 2009

El mundo interior de mí zapato.

Des de pequeña, siempre me había imaginado un mundo diferente al mío, por la simple razón de que el mío lo odiaba. Había tenido miles de sueños despierta, había inventado millones de personajes totalmente distintos entre ellos que podrían vivir en mis mundos imaginarios... pero nada de eso se izo real nunca. Así que, después de tantos años, no esperaba encontrarme con aquello...

Suspiré y miré por la ventana. No era el mejor día de mi vida que digamos y permanecía sentada, mirando la lluvia que caía del cielo, sin nada que hacer y sin ganas de hacer nada. Mi imaginación se disparó, y empecé a pensar que estaba en el reino del cielo, que había castillos enormes... y el suelo era de nubes... hacia mucho sol, y se estaba bien. Por eso, no me sobresalté cuando oí una voz como de enano.

-¡Ñeeeee!-

¿Qué era eso? No entraba en mis sueños aquel chillido, así que, muy pesadamente, volví al mundo real.
Pero no me lo pareció, porque cuando abrí los ojos, vi un ser diminuto, verde, con la nariz alargada y unas orejas como puntiagudas. ¿Qué era eso? No pude estarme de grita del susto, suerte que estaba sola en casa.

-¿Qué eres?-

-¡Soy el duende que vive en tu zapato! Me llamo Gruyerteen, encantado.

-¿Cómo? ¿Qué?- Estaba boquiabierta, y el duende sonreía, me pareció que hasta con prepotencia, pero el que él fuera diminuto y mi miopía no ayudaban a que pudiera ver-le claramente. Me tranquilicé, después de un buen rato, le sonreí y, pensé que eso seguramente era un divertido sueño.

-Muy bien. ¿Qué quieres?- Él sonrió.

-¡Soy el alcalde del pequeño pueblo que vive dentro de tu zapato izquierdo!- Gritaba, como si yo no pudiera oírle bien o estuviera muy lejos. –¡He venido a pedirte que no nos aplastes más!-

Me puse a reír.

-¡Pero ese es mi zapato! ¿Cómo no voy a aplastaros?- En ese momento sacó un papel de su pequeño bolsillo. Era muy largo y parecía un pergamino. Empezó a leer un montón de cosas de los Huluiters, que por lo que entendí era su especie, seré que vivían en los zapatos de los Homo sapiens. Llegó un punto que no pude más, y empecé a destornillarme de risa.

Debí quedarme dormida. Cuándo desperté, Gruyerteen ya no estaba, o quizás no había estado nunca allí. Pero, cuando fui a ponerme mi zapato izquierdo, vi el diminuto pergamino, lleno de letras tan y tan pequeñas que hubiera necesitado las gafas para verlas. Miré el zapato y el pergamino, alternativamente, tres veces. Finalmente, me decidí. Cogí mi par de zapatos y lo puse en el balcón, sonriendo.
-¡Está bien, señor Gruyerteen! ¡no aplastaré nunca más su preciosa ciudad!-

Y aunque me pareció oír un “gracias”, yo ya había ido a buscar mis gafas, con el pergamino en mano.