miércoles, 4 de febrero de 2009

¡Un día perfecto!

Una salida de compras con mis amigas, una tarde en casa de Emily, palomitas y un buen libro o una película romántica, una salida con todos mis amigos y unas cuantas risas... Esa es mi idea de un día perfecto, ¡no pido tanto! Es más, ni siquiera lo pido.
Pero eso no, eso era la antitesis natural de un día perfecto, en ese caso, ¿porqué se empeñaban en hablar todo el rato de “perfecto” y “día entero” y, lo peor de todo: “hermana”?

Oh, sí, tenia que pasar un día entero con “eso”. Mis padres ya no podían más y necesitaban unas vacaciones –de un día- para volver a ser personas.
Mi Cosa era una pequeña niña rubia con unos rizos destartalados hasta los hombros y unos ojos verdes muy grandes... una monada, cuando se estaba quieta, es decir... nunca.
Me quitaban un sábado de mi vida para estar con eso. Mal, muy mal.
Suspiré.

Mi madre me saludo con la mano y una sonrisa mientras me decía adiós en la puerta de casa. Cuando desaparecieron me giré para mi hermana, ella me miró con una sonrisa en la cara... de pura malicia. Echó a correr hacia el comedor, yo la seguí prudentemente, deseosa de que no me tirara ninguna muñeca... o por lo menos no a la cabeza. Por suerte, cogió los colores, me imaginé que haría un precioso garabato en su cuaderno... pero se subió al sofá de un salto demasiado veloz para su edad y empezó a rallar la pared. Mama me mataría cuando lo viera.
Entonces se me ocurrió una idea.

-¡Alice! ¡Estate quieta!- Ella me miró, pero no paró de garabatear en la pared. –¿Quieres pintar en la pared?- Asintió. – Pues sígueme.- Suspiré y me encaminé a la puerta, ella, curiosa, hizo lo mismo. No paró de preguntar todo el rato hasta que llegamos al garaje. Una pared totalmente blanca (que mi padre me había pedido –es decir, obligado- a que pintara algún día), lucia en la parte más cercana al jardín. Alice aún llevaba un lápiz de color azul en la mano, pero cuando vio los potes de pintura, hizo exactamente lo que yo esperaba que hiciera, se abalanzó sobre ellos y empezó a pintar la pared, me pareció que se lo estaba pasando en grande.

Media hora después, solo un trozo de pared estaba pintado, pero mi hermana seguia tan feliz. Cansada de no hacer nada, me uní a ella.

La levanté para que llegara más alto, y yo también pinté. Acabemos llenas de pintura por todas partes, sonrientes. Puse una canción animada que sonó por toda la casa y empecemos a bailar divertidas. Oh, sí, Alice y yo somos grandes artistas. Mi Cosa no es tan mala después de todo...

Dos horas, cinco potes de pintura y dos batidos de chocolate más tarde, la pared estaba perfecta, parecía una obra de un famoso pintor... abstracta, claro esta.

Papa se quedó impresionado, y mama no podía creerse que Alice estuviera durmiendo cuando llegaron.

-¿Entonces ha ido bien?- Preguntó mamá. Estoy segura de que se había imaginado un paisaje desolador, Alice correteando nerviosa por ahí y yo inconsciente en el suelo o algo por el estilo.

-Ya lo creo, mamá.- le contesté. - ¡Ha sido un día perfecto!- Y después me eché a reír.

1 comentario:

Teresa dijo...

¡Una redacción perfecta!