miércoles, 18 de febrero de 2009

Tiempo

¿Cuántas veces al día decimos “no tengo tiempo”? Muchas. Demasiadas. El tiempo pasa, aunque no nos demos cuenta, aunque nos parezca imposible. Como si fuera en patines, cuesta abajo... y no para nunca.
A veces, no consigo el tiempo que necesito, incluso, he legado a pensar que malgastamos el tiempo durmiendo por las noches. ¡Imagina cuantas cosas podríamos hacer si no necesitáramos dormir!
No solo tenemos obligaciones, como por ejemplo los deberes, pero tampoco podemos estar siempre divirtiéndonos. Dicen que lo mejor es organizarse... Pero a veces es como intentar meter 30 personas en un lavabo de un metro cuadrado... no te queda aliento.
Entonces, cuando la gente se da cuenta de que no hay tiempo suficiente, empiezan a quejarse, a alterarse y a buscar soluciones normalmente estúpidas.
Respira. Respira. Tranquila. Hay tiempo.
Pero no lo hay.
Sinceramente, si las personas fuéramos más amables, si no pensáramos solo en nosotros mismo, quizás nuestra estancia en este mundo no nos parecería todo cosa de tiempo. Das, das, das, y das tiempo, y al final solo te quitan, pero no solo tiempo.
Quizás, si fuéramos un poco más optimistas, viviríamos la vida momento a momento, sin necesidad de frustrar nuestros sueños por falta de tiempo. Quizás, y solo quizás, si pudiéramos meter el tiempo que nos pasamos sin hacer nada, con la mirada perdida, pensando en cosas sin sentido, en una botella de cristal, después, podríamos usarlo cuando lo necesitáramos.
De momento, y como esto último que he escrito es imposible, tendremos que conformarnos con el “poco” tiempo que nos queda.

miércoles, 4 de febrero de 2009

¡Un día perfecto!

Una salida de compras con mis amigas, una tarde en casa de Emily, palomitas y un buen libro o una película romántica, una salida con todos mis amigos y unas cuantas risas... Esa es mi idea de un día perfecto, ¡no pido tanto! Es más, ni siquiera lo pido.
Pero eso no, eso era la antitesis natural de un día perfecto, en ese caso, ¿porqué se empeñaban en hablar todo el rato de “perfecto” y “día entero” y, lo peor de todo: “hermana”?

Oh, sí, tenia que pasar un día entero con “eso”. Mis padres ya no podían más y necesitaban unas vacaciones –de un día- para volver a ser personas.
Mi Cosa era una pequeña niña rubia con unos rizos destartalados hasta los hombros y unos ojos verdes muy grandes... una monada, cuando se estaba quieta, es decir... nunca.
Me quitaban un sábado de mi vida para estar con eso. Mal, muy mal.
Suspiré.

Mi madre me saludo con la mano y una sonrisa mientras me decía adiós en la puerta de casa. Cuando desaparecieron me giré para mi hermana, ella me miró con una sonrisa en la cara... de pura malicia. Echó a correr hacia el comedor, yo la seguí prudentemente, deseosa de que no me tirara ninguna muñeca... o por lo menos no a la cabeza. Por suerte, cogió los colores, me imaginé que haría un precioso garabato en su cuaderno... pero se subió al sofá de un salto demasiado veloz para su edad y empezó a rallar la pared. Mama me mataría cuando lo viera.
Entonces se me ocurrió una idea.

-¡Alice! ¡Estate quieta!- Ella me miró, pero no paró de garabatear en la pared. –¿Quieres pintar en la pared?- Asintió. – Pues sígueme.- Suspiré y me encaminé a la puerta, ella, curiosa, hizo lo mismo. No paró de preguntar todo el rato hasta que llegamos al garaje. Una pared totalmente blanca (que mi padre me había pedido –es decir, obligado- a que pintara algún día), lucia en la parte más cercana al jardín. Alice aún llevaba un lápiz de color azul en la mano, pero cuando vio los potes de pintura, hizo exactamente lo que yo esperaba que hiciera, se abalanzó sobre ellos y empezó a pintar la pared, me pareció que se lo estaba pasando en grande.

Media hora después, solo un trozo de pared estaba pintado, pero mi hermana seguia tan feliz. Cansada de no hacer nada, me uní a ella.

La levanté para que llegara más alto, y yo también pinté. Acabemos llenas de pintura por todas partes, sonrientes. Puse una canción animada que sonó por toda la casa y empecemos a bailar divertidas. Oh, sí, Alice y yo somos grandes artistas. Mi Cosa no es tan mala después de todo...

Dos horas, cinco potes de pintura y dos batidos de chocolate más tarde, la pared estaba perfecta, parecía una obra de un famoso pintor... abstracta, claro esta.

Papa se quedó impresionado, y mama no podía creerse que Alice estuviera durmiendo cuando llegaron.

-¿Entonces ha ido bien?- Preguntó mamá. Estoy segura de que se había imaginado un paisaje desolador, Alice correteando nerviosa por ahí y yo inconsciente en el suelo o algo por el estilo.

-Ya lo creo, mamá.- le contesté. - ¡Ha sido un día perfecto!- Y después me eché a reír.